Pocas cosas hay tan hermosas en España como los pueblos pesqueros de las Rías Baixas. Su aspecto tradicional, sus hórreos y muelles al mar, sus barquitas danzando al ritmo de las olas. Es una postal idílica, o al menos, lo era cuando de pequeña mi abuelo me llevaba a esta localidad costera. Spoiler: no vuelvo, menudo agobio.
Cuando éramos pequeños íbamos mucho a Portonovo, una villa de Sanxenxo de las más bonitas de Galicia. La recordaba mágica, por lo que mis expectativas estaban altísimas cuando regresé con mi pareja. Pero la escapada romántica ha salido rana y ha sido un viaje bastante decepcionante. Ojo, que el lugar es hermoso y la comida excepcional, pero yo no volvería.
La culpa de que la experiencia no fuera perfecta es, una vez más, del exceso de turismo. La masificación que encontramos allí era barbárica. Playas saturadas que empañan el paisaje, calles atestadas de gente, restaurantes llenos y hoteles carísimos por la alta demanda. Al final el encanto local se diluye por completo y pasas de esa esencia tranquila y pesquera a una pesadilla de ruido y colas.
Al tener tantísima afluencia de turistas y ser un pueblo pequeño con entramado antiguo, los atascos que se forman o el intento de aparcar es, simplemente, imposible. Durante el día se colapsa con coches y al caer la noche hay bastante ruido y fiesta, así que tampoco lo recomiendo como escapada de desconexión y descanso.
En definitiva, no es el place to be si vas buscando una experiencia tranquila y auténtica de las Rías Baixas. Al menos, a finales de verano como yo fui. Lo que en otras épocas del año es un encantador pueblo pesquero, en verano se transforma en un lugar abarrotado de turistas, con un ambiente mucho más turístico y comercial que auténtico.
Fotos | Naviera Mar de Ons, Hotel Altariño Portonovo, Expedia.
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