Es uno de los mercadillos de antigüedades y curiosidades más famosos de España y de Europa y está presente en todas las guías turísticas de la capital. Quizá por todo el bombo que le dan las expectativas están muy altas. Hablo de El Rastro de Madrid, uno de los mercados más decepcionantes en los que he estado.
Sí, soy madrileña y odio El Rastro. No me escondo, porque para mí se ha convertido en el peor plan que me puedes ofrecer un domingo. Ya sé que es icónico y muy popular, pero ese es el problema. Se ha hecho tan famoso que está masificado y las calles se llenan hasta tal punto que moverse entre los puestos puede convertirse en una auténtica misión imposible.
Este exceso de gente no solo dificulta disfrutar del paseo, sino que también genera una sensación de caos que agobiaría incluso a los más pacientes. El ambiente que prometía ser vibrante y bohemio termina siendo caótico y estresante.
A las aglomeraciones hay que sumarles que las "curiosidades" que se encuentran en El Rastro ya no son tan originales como antes. Una espera encontrar artículos únicos, antigüedades o piezas vintage con historia. Pero la realidad es que gran parte de los puestos ofrecen mercancías repetitivas, souvenirs típicos, ropa genérica y objetos de baja calidad.
Baja calidad a precio disparado, si me permiten la osadía. Pero se nota que muchos puestos inflan los precios al saber que están en un sitio turístico, lo que desanima a quienes buscan verdaderas gangas. Esta dinámica hace que la experiencia "El Rastro" ya no sea tan gratificante como lo era en el pasado o como se espera de un mercadillo tradicional.
Fotos | @rastro_madrid.
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