La RAE define la esperanza como un “estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos”. Es verdad, pero bajo el prisma de la psicología quizá esa definición se quede algo corta. Nos gusta mucho más la definición que dan de ella en Naciones Unidas, que asegura que la esperanza es “una actitud o un estado de ánimo realista pero optimista, la creencia de que un cambio positivo es posible y la voluntad de establecer y trabajar para conseguir objetivos”. Ese pequeño matiz de realista pero optimista es la clave.
Tener esperanza nos ayuda a establecer objetivos y tomar decisiones, mejora las relaciones sociales y es esencial para alcanzar la satisfacción vital, incluida la salud mental y física. De hecho para Naciones Unidas “La esperanza es una Súper Habilidad que promueve el aprendizaje social y emocional” y es la que distingue a los niños que son mentalmente fuertes de aquellos que se dan por vencidos.
La esperanza, la habilidad que desarrolla la inteligencia emocional
El optimismo saludable es una actitud presente en aquellas personas que son resilientes. Según una psicóloga de Harvard, las personas resilientes tienen en su diálogo interno frases que abogan por el optimismo, como “puedo superar esto”. El optimismo tiene algo de esperanza y la esperanza de optimismo.
Pues bien, la evidencia científica sugiere que enseñar a los niños a desarrollar la esperanza como una habilidad más, es una forma efectiva de mejorar su inteligencia emocional y promover su bienestar. Les prepara para ser mentalmente más fuertes, les enseña a ser resilientes y consigue que tengan una mayor regulación emocional.
Según este estudio con niños de primaria, la esperanza mejoró significativamente la inteligencia emocional de los niños en factores como la autoconciencia, la autorregulación, la motivación, la empatía y las habilidades sociales. En la adolescencia y según la doctora Mary L. Gavin, tener una actitud positiva y optimista, ayuda a los adolescentes a ser más felices, tener más éxito y les permite soportar mejor el estrés. También se ha encontrado que los estudiantes con mayor esperanza tendían a reportar niveles más bajos de estrés y niveles más altos de inteligencia emocional, incluso cuando experimentaban situaciones estresantes según este otro estudio de 2021.
Es más, las investigaciones sugieren que la esperanza puede reducir drásticamente la ansiedad y la depresión infantiles y la negatividad puede hacer que tanto niños como adultos se rindan más fácilmente ante las dificultades en lugar de trabajar para encontrar una solución.
Como decíamos al principio, la esperanza es una actitud “realista y optimista”, lo que implica aceptar todas las emociones que existen y gestionarlas, pero desde una perspectiva positiva. No se trata de ir con el cartel de Mr. Wonderful por la vida, sino de encontrar un equilibrio entre realismo y optimismo. La esperanza no se trata de ignorar los problemas o negar la realidad sino de mantener una actitud positiva ante la vida, creer en nuestro potencial y tener la capacidad de encontrar el lado bueno incluso en las situaciones difíciles.
Cómo desarrollar la esperanza en los niños
Si enseñamos a nuestros hijos a reconocer el pesimismo y evitar que este se convierta en un hábito, estamos dando un gran primer paso. La psicóloga Michele Borba, experta en crianza, daba un truco con respecto a esto en la CNBC. “Desarrolle un código privado para indicar que ese es un comentario negativo”, explica. De esta manera cuando se produzca, el niño lo identificará y esa señal será parte de un juego. Puedes crear “un apodo para su voz pesimista”, como si se tratase de un personaje más de ‘Inside Out’, lo que ayuda a que el niño lo controle. Y cuando lo haga, celebra su logro y no te agobies ni le presiones durante el proceso. Es un aprendizaje que lleva tiempo.
Es importante también que para que se hable de una esperanza real, se fomente en casa un diálogo positivo en el que se anime a los niños a expresar sus sentimientos y pensamientos, tanto positivos como negativos. Como padres, escuchar es más importante en este caso que tratar de dar tu opinión. En ese momento el niño solo necesita que valides sus emociones y que le ayudes a focalizarse en las soluciones y en resolver el problema con sus propias habilidades.
Por eso es importante, según Borba, que usemos algo para salir del estancamiento y favorecer que el propio niño busque soluciones. “Un truco consiste en utilizar el acrónimo STAND para ayudar a los niños a recordar los pasos a seguir: Slow (bajar la velocidad de las emociones para poder pensar con claridad), Tell (hablar de lo que ocurre), Ask (preguntar qué más podríamos hacer), Name (nombrar todo lo que podrías hacer para resolverlo) y por último Decide (elegir la mejor opción y ponerla en práctica).
Algo que se nos pasa por alto es que cultivar la gratitud tiene efecto también en la esperanza. Cuando enseñamos a los niños a practicar la gratitud, les animamos a apreciar las cosas buenas de su vida, sean grandes o cositas pequeñas que también nos hacen felices. De hecho si hacemos caso a la ciencia, este estudio encontró que las personas que llevan un diario de gratitud se sienten más esperanzadas con respecto a sus vidas en solo 10 semanas, así que a lo mejor es un buen momento para que tú también empieces con un diario de gratitud.
Si no sabes por dónde empezar, empieza por ti. Como siempre explican todos los expertos en crianza, hay que pensar que somos el modelo a seguir por nuestros hijos, así que busca la negatividad en tu lenguaje y cambia el discurso para que tu hijo vea que te enfrentas a las adversidades y los problemas con esperanza, y empiece a identificarla como una habilidad más que imitar.
Fotos | frank mckenna en Unsplash, Max Goncharov en Unsplash, Inside Out 2
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