"He tenido un día de mierda”: quejarse está bien, y estoy cansada de que el optimismo tóxico me diga que no puedo

Aunque el lamento crónico afecta a nuestro bienestar, eso no significa que no tengamos que quejarnos de vez en cuando

Anabel Palomares

Editor

Si hay un sitio donde nos quejamos especialmente es en el trabajo. En parte porque allí pasamos muchas horas. Con suerte solo ocho, pero puede que más, que la casa no se paga sola. Nos quejamos de las horas, del sueldo, del jefe, del compañero vago, de la cantidad de trabajo, de la responsabilidad, del ambiente laboral, de que no nos expliquen los cambios, de los cambios en sí, de las herramientas con las que trabajamos, de la silla… Aunque también nos quejamos fuera del trabajo. En general España es un país asentado en la queja.

El efecto físico y mental de la queja mantenida

La mala noticia es que quejarse tiene efectos en nuestro estado de ánimo, nuestros niveles de estrés y también en nuestro cerebro. La Universidad de Stanford demostró que 30 minutos de quejas al día puede dañar nuestras neuronas del hipocampo, y que el encogimiento del hipocampo tiene una relación directa entre las experiencias de vida estresantes, y su exposición a largo plazo, a las hormonas producidas durante el estrés. Y cuidado porque no solo pasa si nos quejamos, también si escuchamos la queja a diario.

Hablamos de un lamento crónico que tiene efectos nocivos sobre nuestra salud mental y física. Hablamos de quejarnos por norma y de absolutamente todo, de quejarnos a diario y como una costumbre diaria y algo que empeora con el uso y abuso de las redes sociales. Según Will Bowen, autor de varios libros sobre el tema de las quejas como ‘Un mundo sin quejas’ , las personas se quejan un promedio de 15 a 30 veces al día. Pero quejarse de vez en cuando, ¿es tan malo?

En defensa de la queja puntual

Quejarse es un fenómeno cotidiano, normalizado y universal. Es una parte normal y corriente de cualquier persona, una función adaptativa del ser humano. Se ha observado que con la queja estamos buscando que nuestra opinión sea aprobada, que nos escuchen, que nos validen incluso. Algunos expertos consideran que la queja actúa como un mecanismo de afrontamiento ante problemas o conflictos, y que al llevarlas a cabo, liberamos tensiones.

Como humanos, los pensamientos negativos tienden a llamar nuestra atención más que los positivos por el sesgo de negatividad, por lo que no es de extrañar que tengamos esa tentación de quedarnos en la queja. El problema, como veíamos antes, es que la queja lo invada todo. Pero que termine un día en el que nos ha pasado de todo y afirmar que hemos tenido un día de mierda no es quejarse de forma gratuita, es dar espacio a la protesta en uno de tus días.

Te pongo un ejemplo. Te levantas después de que el despertador no te haya sonado. Vas  tarde desde antes incluso de salir de la cama. Te duchas, pero hay una avería que te ha dejado sin agua caliente. Sales de la ducha, te vistes y cuando estás terminando de tomarte el café más rápido del día, te das cuenta de que has manchado la camisa. Te cambias, sales escopetada de casa y al llegar al trabajo lo primero que recibes no es un buenos días sino una bronca por un error en el proyecto que entregaste ayer y que para terminar a tiempo, tuviste que quedarte hasta las 9 de la noche trabajando. Suspiras resignada y vas a tu mesa. El día comienza a costarte cada vez más, pero sigues. Comes sentada delante del ordenador. Te vas, de nuevo, una hora más tarde de lo que deberías. El metro está hasta arriba y un señoro te intenta arrimar cebolleta. Te mueves hasta alejarte. Cuando llegas a casa de vuelta en la nevera solo te queda un limón, dos lonchas de queso y una pera, así que te haces un sándwich con la única idea en la cabeza de meterte en la cama y que este día de mierda termine.

Ese día bien merece una queja. Y no estoy diciendo que tengamos que quejarnos a diario, sino que no pasa nada por quejarnos de que hemos tenido un día de mierda cuando lo hemos tenido. Es como estar triste. ¿Acaso no tengo derecho a estarlo? Si hubiera tenido un día como el descrito, me quejaría de pura rabia, frustración y desesperación. A veces solo nos quejamos porque es una forma de lidiar con emociones complicadas como la tristeza. Y si esa queja no se convierte en un hábito diario no te preocupes que quejarse no va a matar a nadie.

La queja como motor de cambio

Una reflexión más. El Doctor Guy Winch, psicólogo y autor de ‘The Squeaky Wheel’ asegura que como sociedad nos quejamos demasiado, pero que el verdadero problema no reside ahí, sino en que nos quejamos mal. “Hemos perdido el sentido de la queja; en cambio, la usamos como un ejercicio para desahogarnos, y eso tiene consecuencias”, explica en su libro. Desahogarse busca validación y compasión y quejarse tiene otro objetivo que es que alguien haga algo diferente, en muchos casos.

Puede que estemos usando la queja para pedir un cambio. Un cambio en las condiciones laborales, un cambio en las relaciones, un cambio en la sociedad. Puede que esa queja sea el primer paso antes de hacer algo para que se produzca. Como decía el psicólogo y mediador Javier Wilhelm, la clave es que la queja esté ligada a la acción y la corresponsabilización. Así que no te acostumbres a quejarte todos los días sin cambiar tú en el proceso. Que la queja sea esa voz de alerta de que es necesario hacer las cosas de manera diferente para dejar de estar incómodos en una situación.

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