Queremos ser felices y a poder ser todo el rato. Nuestro mundo nos ha enseñado de alguna manera que para llegar ahí debemos ser positivos, alegres y tener siempre una buena actitud.
"¿Pero si no demostramos que estamos tristes, quién nos lo va a reconocer?", se cuestiona la psicóloga Alicia González Berenguer, con quien hemos hablado sobre la necesidad de empezar a normalizar tener un mal día.
"La búsqueda de la felicidad y el individualismo son la nueva forma de empoderamiento y, cuando se juntan estos dos objetivos, el resultado suele ser directamente opuesto a lo que queremos conseguir", expone la experta.
La era del postureo
A estos dos factores, Berenguer insiste en que tenemos que sumarle el hecho de que nos encontramos en la era del postureo, "salpicada constantemente por una positividad sumamente tóxica que nos impide expresarnos como nos gustaría".
Así que sonreímos en redes y mostramos nuestra cara A. Es decir, la bonita, aquella que brilla más, que más likes genera, y siempre más... y más y más. Quizá se nos olvide, tal y como nos recuerda la psicóloga, que el problema de tener, o convivir, con esta necesidad general de demostrar, de que la apariencia impere sobre la realidad, del disfraz de felicidad constante, es que será preciso que escondamos la cara B (o bien el plan fracasará).
Por tanto, los grises, negros, las lágrimas, las enfermedades, tanto físicas como mentales, el cansancio o el agotamiento termina tapándose. Como si nos pusiésemos una venda en los ojos y viviésemos en un mundo paralelo.
"Al desear que esa realidad virtual se asemeje lo máximo posible a la verdadera, taparlo requerirá esconderlo en la vida real. Esconder la pena, ignorar el dolor, ahogar las lágrimas, bloquear la tristeza... Porque nos han enseñado que se ofende quien quiere, que la depresión te la causas tú, que querer es poder, good vibes only y un sinfín de frases que ponen el foco de
absolutamente todo en la actitud, como si ésta tuviese el poder mágico de cambiar el contexto en el que vivimos.
"¿Qué pasa entonces si tenemos un día malo?", se pregunta Berenguer. "Pues que probablemente habremos fracasado según nuestra cabeza, ya que hemos aprendido que las emociones negativas nos generan esa sensación de fracaso, esa amargura de sentir que no avanzamos", añade.
Seamos honestos: ¿a quién le gusta estar triste? ¿quién disfruta
estando enfadado? ¿y con miedo? "Por no hablar de la vergüenza, o de la envidia. ¡Qué horror sentir celos, qué tóxica soy!", expone. "Es lo que nos han enseñado, a huir de emociones innatas y de las que, por mucho que corramos o intentemos esconder, no desaparecen".
Siempre habrá días malos, es lógico y forma parte de la vida
La experta confiesa que en su práctica diaria encuentra preocupaciones genuinas referentes a tener un día malo, o dos, o incluso una semana. Personas que acuden a ella angustiadas por ello, esperando encontrar un motivo que lo justifique, para así solucionarlo y no volver a sentirlo nunca.
Por eso, se esfuerza en recalcar que siempre va a haber días malos y nunca desaparecerán. Nos cuenta que el foco en el que se centra una terapia - en cuanto a lo que a emociones se refiere - no es a intentar controlarlas para que no aparezcan, si no a aprender a gestionarlas. A influir en ellas, a entenderlas, a surfearlas.
"Imagina que estás navegando en alta mar. ¿Verdad que ni se te pasaría por la cabeza decirle a las olas que vengan con menos fuerza o que aparezcan en otro momento? Aceptas que vienen y se van cuando quieren, y aprendes a mover el timón y las velas dependiendo de la fuerza y de la dirección en la que vayan. Influyes en tu supervivencia, tienes poder, pero no lo controlas todo. Ese es el empoderamiento real", garantiza Berenguer.
Permite la emoción y controla la forma en la que la expresas para que no te domine
Asegura que las personas más fuertes son aquellas que se permiten sentir, las que no tienen miedo a que las emociones les desborden y por ello las obvian, generando así aquello que temen.
"Seguro que más de uno recuerda cuando en plena cuarentena afloraron todas aquellas emociones que nos habíamos empeñado en tapar, a veces inconscientemente, durante mucho tiempo. Porque todas, absolutamente todas las que tratemos de ignorar, aparecerán inevitablemente, pero de maneras más desagradables", añade. Por eso, sostiene que sentir es de fuertes. Sentir miedo, pena, envidia, celos... permitir la emoción y controlar la forma en la que la expresas para que no te domine.
Para ello, expone que lo primero que deberíamos hacer es dejar aquello que nos está perjudicando. "Empezando por aceptar que no sentir no es una opción. Es básicamente imposible. Sentirás angustia al evitar pensar esa situación que te da miedo; tristeza por haberte silenciado cuando te molestó eso que te hizo tu amiga; estarás irascible tras una semana ignorando el agotamiento del trabajo… Pero en vez de huir, es probable que acabemos transformando las emociones y amontonándolas una encima de otra.
La experta ratifica que otro factor que perjudica el poder permitirnos tener ese día malo es sentirnos mal por sentirnos mal: "Experimentamos vergüenza ante los celos o la envidia, vulnerabilidad ante la necesidad, las lágrimas o la ansiedad".
Es decir, encima que estamos sufriendo, nos machacamos por hacerlo. Por eso, nos explica que en el momento que conectemos con nuestra vulnerabilidad, sin verla como algo negativo, seremos más conscientes de lo que necesitamos, de lo que nos hace daño y de lo que no nos gusta. Y entonces será ahí cuando nos empoderaremos verdaderamente, porque seremos capaces de tomar acción sobre lo que nos está pasando.
Permítete ese día malo (o dos o tres)
Somos humanos, no robots. Está bien tener un mal día y no poder con todo. O sentirte desmotivada y no hacer nada de provecho. Está bien que quieras estar sola, no reaccionar como te gustaría y no machacarte por ello.
"Permítete ese día malo, esos dos o tres y aprende a tolerar la incomodidad que sentirás en esos momentos. No estás fracasando, estás aprendiendo, viviendo, siendo real", recomienda. Y asevera que no pasa absolutamente nada si eres más sensible, no debes cambiar tu temperamento.
"Permítete sentir para poder actuar de tal manera que, sin quererlo,
consigas esa felicidad (no permanente y constante, pero sí latente) que se obtiene cuando estamos en sintonía con nosotros mismos, en paz", concluye.
Fotos | 'And just like that'
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