Cambio de aires. Cambio de continente. De cultura. Marrakech es ese salto corto que parece muy largo. A solo dos horas de Madrid en avión nos espera lo inesperado.
Buscando una escapada lo suficientemente cercana para volver rápido y lo suficientemente lejana para sentir que hacemos un gran viaje, siete mujeres (que no quieren gastar mucho), tomamos rumbo a Marrakech. La ciudad que conquistó a Yves Saint Laurent y una de las más modernas del Magreb.
Calles que se dibujan con muros de tierra roja, puertas antiguas de madera, ultramarinos destartalados, tráfico caótico y pintoresco, motos con cuatro personas que se cuelan por cualquier rincón, y su famosa e increíble Medina de las mil y una noches, llena de rincones de artesanos, babuchas y lámparas doradas: Marrakech es pura locura para los europeos, pero pura diversión también.
Con una luz inmensa y un clima cálido. Así nos recibe Marrakech una mañana de noviembre. Y con un coche impecable que nos manda nuestra anfitriona, Khadija, para recogernos en el aeropuerto. Y un conductor, Mustafá, que no puede ser más sonriente y simpático y que habla perfectamente inglés. Durante nuestro viaje, Mustafá estará siempre ahí, teléfono en mano y disponible. Una de las cosas que más tranquilidad nos dará durante este viaje de mujeres que (no todas se conocían) acaban siendo amigas.
Un viaje muy organizado
Llegamos a Le Bled. Nuestro alojamiento, fuera de la Medina, es un Riad auténtico y genuino, propiedad de un matrimonio: Khadija, Cónsul Honorario de España en Marrakech y fundadora de la agencia Assl Tours (que nos ha organizado este viaje), y su marido, uno de los chefs más conocidos de allí (Moha, el jurado de la versión de Masterchef en ese país).
A Khadija solo la veremos y disfrutaremos a ratos porque no para: ayudar a unos españoles a recuperar su equipaje, un equipo de Londres que llega a rodar un programa para Chile, su agencia la reclama para organizar una gran fiesta en el desierto... las tareas le llegan por todas partes. Además es madre de un niño de 10 años. Y está casada con una celebridad. Allá dónde nos acompaña, la conocen.
La finca está rodeada de olivos, con preciosos jardines y estilo rústico. Paredes pintadas de azul Morrocco y dos grandes piscinas con terrazas en las que escapar de todo. Sentir el sol. Escuchar los pájaros. Dejar que te rodeen las altísimas palmeras.
Aquí, en su terraza, comemos un cuscús extraordinario con cebolla caramelizada, uvas y pimientos picantes. Regamos con vino (no en todos sitios puedes tomar alcohol, pero en los más modernos, sí).
Pero de todo, lo mejor, es la sensación es de estar en casa. Lo cierto es que estás en un país extranjero, con un idioma imposible de entender y un ambiente desastrado, pero más allá del caos de la calle, este es un oásis de paz y tienes la sensación de que puedes moverte sin cerrar la puerta. Las habitaciones son genuinas, y la luz de la tarde entrando por la terraza y haciendo dibujos en la pared con las sombras de la naturaleza, es un regalo para las que aprecian la magia real.
Mientras tomas té al atardecer, los gatos pasan debajo de tus piernas. En el desayuno, se enciende la chimenea.
Las medidas anticovid
En Marruecos la vacunación es obligatoria y por ello, en cada local te piden el pasaporte Covid (sorprendentemente, no te piden ningún documento adjunto para demostrar que ese pasaporte es tuyo). A menudo te toman la temperatura y siempre, te piden que te pongas gel hidroalcohólico en las manos. En el momento de nuestro viaje hay toque de queda. A las 23.00.
La mascarilla es obligatoria en interiores, excepto durante la comida y bebida y para entrar en el país piden PCR negativa. Los casos de la enfermedad son muy bajos. Muy similares a España.
La vacunación masiva parece que funciona y no nos afecta la ola que comienza a levantarse en algunas zonas de Europa. También en eso hay sensación de seguridad.
La noche en Marrackech
Parada obligada en la noche de esta ciudad es un auténtico palacio de Serezhade: El Hotel Mamounian. Uno de los mejores hoteles del mundo (si no el mejor), según todos los ranking.
Vale que nuestro viaje es low cost, pero para que sea verdaderamente chic, nos tomaremos en esta terraza un vino o un coctail. Si queremos vigilar el bolsillo, tendremos cuidado con lo que pedimos. Nuestro tinto de la cava Mamounian y en una de las terrazas más bellas y jardines más bonitos del mundo nos cuesta unos 23 euros al cambio. Pero hay cócteles de hasta 100 euros al cambio. Luego compensaremos.
Esta noche nos vamos a encontrar con uno de los locales más sorprendentes y divertidos de la ciudad: Jad Mahal. Entras en este lugar y parece que estás en la Ibiza de Marruecos. La reserva nos la ha conseguido la agencia de Khadija y ha sido una petición de última hora. Esta mujer y su equipo hacen magia porque es el lugar más solicitado de la ciudad.
Una cena con música y baile a la vez que nos hace pasarlo bomba y demuestra que no hay rincón que escape a las ganas de bailar. Y que estamos en la ciudad moderna que abrió sus puertas a Yves Saint Laurent y a su pareja, Bergé. El precio de una cena muy internacional (desde ensalada de burrata hasta langostinos en tempura con soja) y sus correspondientes botellas de vino, no supera los 30 euros en este lugar tan extraordinario que es pura fiesta hasta el toque de queda.
La cultura en la ciudad
Quedamos con nuestro guía para recorrer la ciudad. Viste de la manera tradicional con chilaba blanca y azul, impecable. Nos lleva al Jardín Majorelle, al Museo de Yves Saint Laurent y al Palacio de la Bahía.
Cuántas ganas había de viajar. Disfrutamos infinito con la Historia, con las historias y sentimos un auténtico Sthendal cuándo entramos en el Museo Yves Saint Laurent.
Su exposici´on permanente (recién abierta al público tras la pandemia mundial), reúne fotos maravillosas de la vida del diseñador, por supuesto vestidos y chaquetas de Saint Laurent, pero también del español Fernando Sánchez y la marroquí Tami Tazi, amigos del modisto francés.
Es un Saint Laurent lleno de color, de geometrías, de pedrería... Se entiende su transformación como creador y lo que le aportó este lugar con esta luz, esta vida, la artesanía y la arquitectura. Así muchos críticos y expertos creen que en este lugar nació lo mejor de su creación.
Por cierto que en la que fuera la casa de Saint Laurent, dentro del jardín Majorelle, se organizan comidas para 8 personas por unos 3.000 euros al cambio. Nuestro viaje lowcost no se recuperaría de este palo. Así que lo dejaremos para un momento de riqueza.
Las compras
Nos adentramos ya en el zoco de la Medina para comer. Hacemos parada en uno de los sitios más cool de la ciudad. La comida no es para tirar cohetes porque nos decidimos por platos marroquíes. Una hamburguesa hubiera resultado mejor. Pero el ambiente es chic y nos encontramos con Cristina Oria y nos damos cuenta que no hemos coincidido con Teresa de la Cierva por muy poco gracias a Instagram: La Terrasse de épices.
De aquí saldremos directas a las compras. El zoco, un mercado artesano de más de 20 hectáreas, nos espera. Nos adentraremos con nuestro guía en ese laberinto que a ratos está lleno de luz y a ratos, de sombras. Los artesanos trabajan en candados para puertas, en biombos de hierro, en bolsos, en babuchas (de corte moderno y preciosas). Nuestro guía nos advierte que no a todos se puede fotografiar. A él le preguntaremos cada vez que queramos un retrato y hará de intermediario.
Esto es una locura. Las tiendas que más nos atraen son las de cerámica y las que trabajan el metal, pero también las de bolsos y chilabas típicas. Parecemos moscas que van a la luz. Por eso nuestro guía se ha traído un "coche escoba", un ayudante que se queda atrás vigilando para que no nos perdamos si nos despistamos. Que sucede, por supuesto. Pero entonces aparece nuestro "coche escoba" y nos lleva de nuevo con el grupo.
Saldremos de este laberinto de las mil y una noches cargadas de bolsas y habiendo gastado muy pocos euros (tras arduas negociaciones en cada puesto) hasta la Plaza más famosa de Marrakech: Jemaa El Fna, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Se reconoce a golpe de vista con sus mercados de frutas y de comida y el Minarete de la Mezquita al final.
Una noche en el restaurante favorito del Rey
Nuestro viaje organizado incluye una cena en el restaurante Dar Moha. Moha es nuestro anfitrión en el Riad y el hombre con el que todo el mundo se quiere fotografiar. Tiene fans por dónde va. Incluido el rey de Marruecos, su tocayo, que a menudo cena aquí.
Algunas han comprado chilabas de terciopelo o se han traído las suyas desde Madrid para lucir en esta noche especial. Y el marco lo merece. Cuándo entras huele a azahar (compraremos este aceite aromático en el Riad porque es intenso y magnífico), y te recibe la música del país en directo. Pasamos hasta un jardín precioso con su vegetación y su luna. Y aquí comienza nuestra degustación.
Nos encantan los 1001 entrantes que nos ponen. Sabores distintos y originales bajo diferentes tapas que nos van sorprendiendo. Pasamos de ágrios a dulces, florales o semisalados... Pura diversión.
Pero cuándo llega el primer plato, nos deshacemos: pastela de perdiz. Delicada, fina, suave y dulce-salada, como muchos platos de aquí.
Algunas juran que no pueden comer más, pero cuándo llega un delicioso cordero en salsa acompañado de cuscús de verduras, acaban sucumbiendo. Un éxito total. Lástima que como la Cenicienta tengamos que salir volando cuándo el reloj marca las 23.00.
Escapada a la montaña: Atlas
Pocos conocen esta escapada a Ourika, en la montaña, a una hora de Marrakech que tiene un precioso y exótico paseo de terrazas sobre el río. Coloridas. Desiguales.
Nos sentimos en un lugar más remoto aún. Un viaje dentro de otro viaje que nos aleja de lo más popular y nos adentra en la cara más real de Marruecos y su gente. En estas terrazas no podremos beber vino ni cerveza, sólo hay agua, refrescos y té. A lo largo de la jornada el lugar se va llenando de gentes de allí que escapan para refrescarse y tomar algo durante el fin de semana. Imaginamos que en verano estará mucho más lleno.
El propósito es subir la montaña y descubrir preciosos paisajes bereberes y cascadas en plena naturaleza. Pero para ello necesitas un guía especial que conozca cada piedra del camino. Mustafá, nuestro chófer nos ayuda a encontrar alguien de confianza y nos espera mientras comienza la aventura.
Subimos muy alto, a veces pasamos vértigo y a ratos decidimos no mirar atrás. Los caminos y la altura, asustan, pero nuestro "sherpa" sabe bien lo que se hace y nos ayuda a todas cada vez que nos atascamos. Arriba nos encontraremos con la luz y el agua. Y beberemos un té con menta.
La bajada se hará por otro camino más sencillo y al final acabaremos comiendo ensalada marroquí y tajine de cordero en las populares y bizarras terrazas del lugar, con el sol y el agua bajo nuestros pies. Nunca podríamos haber hecho este viaje sin la confianza de nuestro ya querido Mustafá y la tranquilidad de que íbamos acompañadas de un buen guía.
Despedida de Marrakech
Ya solo nos quedará una cena más que queremos aprovechar en el Riad Le Bled para sentir su paz y su tranquilidad. Y sobre todo probar su tajine de pollo, el mejor de todo nuestro periplo y que recordaremos hasta que volvamos.
Antes de salir nos encontramos con Khadija en la despedida que se ha ocupado de toda nuestra documentación para volver a España (hay que rellenar unos documentos que entregaremos en Barajas).
Hablamos con ella de lo bien que lo hemos pasado y de lo seguras que hemos estado. "Marruecos es un país muy seguro, de norte a sur. -Nos dice la cónsul honoraria- Es muy raro que pueda pasarte algo. Pero para viajar seguro siempre es bueno viajar a través de una agencia. La primera vez al menos. No por la seguridad, también organizarán mejor tu escapada y no perderás el tiempo porque te llevarán a los mejores lugares que visitar. Y por supuesto hay que pensar con lógica y, como en cualquier lugar del mundo, tener cuidado, no meterse en lugares extraños." Ella se queda gestionando una grabación de Masterchef y nosotras partimos al aeropuerto.
Nos despedimos de Marrakech con una bonita lista de música que hemos configurado junto a Mustafá, algunos apuntes de frases que queremos recordar (de nuestro sabio guía, de nuestra nueva amiga Khadiya, de nuestras compañeras de viaje), con una amistad reforzada de 8 mujeres que han pasado muy buenos ratos juntas y desconectadas del mundo. Pero sobre todo, nos despedimos planeando volver.
No sabemos si al desierto en jaimas o a Casa Blanca en busca de un Bogart para algunas de nosotras. Pero volveremos. De momento ya hemos quedado en casa de una de nosotras para tomar un buen tajine de pollo y recordar los días de este corto viaje a nuestro vecino y lejano país.
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