La población se multiplica por 10 en verano y es insostenible para los residentes
En lo más profundo de la Costa Brava se escondía un enclave marinero desde la Edad Media, con torreones, almenas y callejuelas empedradas que vigilaban el Mediterráneo con una belleza incomparable. Sus playas paradisiacas, sus balcones llenos de buganvillas y su casco antiguo amurallado era un viaje en el tiempo. Hasta que los turistas lo descubrieron y le despojaron de toda autenticidad.
Tossa de Mar ha sido diagnosticado de éxito turístico y su afección parece incurable. Su popularidad ha llevado la masificación y la gentrificación hasta un límite insoportable para los vecinos, quitando a este núcleo marinero todo atisbo de tradición. Turistas de toda Europa quieren venir aquí de vacaciones, lo que ha disparado los precios de la vivienda y desplazado a los residentes.
Al coste del alquiler se suma el aumento de alojamientos turísticos, de tiendas de recuerdos kitch y horteras y de restaurantes con menús turísticos que nada tienen que ver con las comidas caseras catalanas de antaño. Es lo que ocurre cuando se deja que la ley de la oferta y la demanda turística lo controle todo sin ponerle restricciones.
De hecho, se ha llegado tan lejos que los propios empresarios turísticos ponen alojamiento a los trabajadores de temporada para poder contar con camareros, limpiadores y atención al cliente en los meses de verano, que ya evitan ir a Tossa de Mar porque no les sale rentable.
En la vivienda es donde más ha afectado, pero no es lo único que las masas turísticas se han cargado. Cuando llega la temporada alta, las infraestructuras locales se ven desbordadas. Hay que pensar que aquí viven unas 6.200 personas, de acuerdo con las estadísticas oficiales. Pero esta población se multiplica por 10 en verano, poniendo en jaque el transporte público, la sanidad, los servicios de limpieza y el tráfico.
Por supuesto, los recursos naturales también se ven al limite. Las playas y calas que rodean Tossa del Mar están atestadas de turistas, toallas, sombrillas, ruido y bañistas. Vamos, que no tiene nada que ver con esa imagen paradisiaca de silencio, tranquilidad y desconexión que te venden en redes sociales.
Lo que hacen los empresarios sirve para poder ofrecer todos los servicios y garantías a los turistas con la mano de obra necesaria. Pero no pone solución al problema: los residentes siguen siendo desplazados, los pequeños comercios se diluyen y Tossa de Mar sigue perdiendo su identidad y todo aquello que lo hacía especial. Por eso hace falta control y evitar que cada pueblo costero de España se convierta en un Benidorm 2.0.
Fotos | GHT Hotels, @tossaturisme, Turisme de Catalunya.
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