El consumo de pornografía puede pasar de algo lúdico, excitante y estupendo, a convertirse en un verdadero problema que afecte a la pareja, y no solo en lo sexual, también en la intimidad, en la confianza e incluso en la economía. Un chico que ha pasado por ello nos cuenta su experiencia.
¿Es tan negativo el porno como muchos creen?
A menudo se demoniza a la pornografía socialmente y en los medios, y se le presuponen consecuencias negativas casi de manera inherente. Pero lo cierto es que debemos tener en cuenta una serie de cosas antes de establecer un dictamen tan tajante:
- Pornografía hay de muchos tipos y de muchas calidades: lo cierto es que la mayoría del porno que se consume es a través de portales gratuitos en los que la calidad brilla por su ausencia, pero también hay una parte de la industria, con productos como los de Erika Lust, que sí que tienen una muy buena calidad.
- Se trata de una industria, como la del cine o los videojuegos, no es, ni debe ser, educación sexual, por lo que no podemos tomarlo como referente: lo que ahí vemos no es lo que se hace en la vida real, de la misma forma que no conducimos como en Too Fast, Too Furious.
Es decir, el porno per se no es negativo, ni su consumo lleva a tener dificultades de manera directa: si el porno te pone, te divierte y te entretiene, no hay más que hablar, no hay problema alguno.
Sin embargo hay para quien el consumo de pornografía sí que tiene consecuencias negativas tanto a nivel individual, como de pareja. Pero insisto, no se trata de algo inherente al porno, sino a las características de la persona y sus circunstancias.
Pongo un ejemplo para que quede más claro: el chocolate en sí mismo no es peligroso, pero si nos damos atracones y perdemos el control podemos desarrollar un problema; o un coche, que es algo útil, pero un mal uso puede generar situaciones peligrosas en las que la vida, o la integridad física, del conductor y de otras personas esté en peligro.
Perdí el control y el porno acabó con mi relación de pareja
Contamos con el testimonio de un hombre que vivió en primera persona esos efectos devastadores del no control sobre el consumo de pornografía, lo que acabó con unas consecuencias terribles tanto para él como para su relación de pareja.
Pedro (nombre ficticio) tiene actualmente 43 años, pero su problema con la pornografía empezó hace ya unos cuantos...
Siempre he visto porno, desde adolescente: primero eran las revistas que tenía mi padre en casa, que las cogía sin que se enterase (o eso pensaba yo). Las usaba para masturbarme, y sin problema.
Luego tuve mi primera pareja sexual, y la cosa fue bastante bien (menos la primera vez, que no aguanté nada). Y con mi segunda novia. Y con la tercera, que luego fue mi mujer. En todo ese tiempo yo seguía viendo porno, no mucho porque vivía con mis padres y me daba cierto reparo porque mi madre estaba siempre en casa y temía que me escuchara o pillara.
Pero cuando me fui a vivir con mi mujer compramos un ordenador nuevo y lo pusimos en un cuarto a parte, una especie de estudio o despacho, que tenía puerta.
Mientras ella hacía otras cosas (se iba a bailar o al gimnasio con sus amigas), yo me metía en el despacho y veía temas de fútbol, deportes y tal... y porno, mucho porno. Me sentía muy cómodo porque esta era mi casa, y estaba en un cuarto con puerta (que cerraba y me daba seguridad): sabía que nadie me iba a molestar y eso me gustaba.
Al principio lo veía después de hacer otras cosas, de leer diarios deportivos y tal, pero luego fui dejando de hacer eso y directamente estaba esperando a que mi mujer se fuera para ver porno y masturbarme.
¿Y cómo era la relación sexual con tu pareja?
Bueno, yo me puse un poco exigente, y quería que todo fuese “muy guarro”, y mi mujer no quería tanto, tantas veces, digo, y me decía que no, y eso me hacía sentir frustrado y entonces más ganas tenía de tener un rato para ver porno.
Empecé a verlo cuando ella se dormía. Esperaba a que se acostara y entonces me iba al despacho. Y ahí ya empecé a sentirme mal. Después de masturbarme me sentía culpable, bueno, no sé si es culpa... pero no me gustaba, no me sentía bien, no me quedaba a gusto.
Sentirse mal al ver pornografía
Cuando tenemos conductas impulsivas, sobre las que ya no tenemos sensación de control, algo que a priori era placentero, se puede convertir en justo lo contrario: algo que nos genere malestar emocional.
Lo que sucede en estos casos de pérdida de control, es que la necesidad de realizar esa conducta genera ansiedad, una especie de “mono” como el de los adictos. Al hacerlas, en este caso, al ver porno, esa ansiedad se reduce, pero al acabar, aparece otra, una relacionada con la culpa, con la frustración de no habernos podido controlar. Retomando el ejemplo del chocolate, es como si te hubieras comido, a escondidas, y porque “no puedes evitarlo”, una tarta entera. O dos.
Entonces, en puntos como este, el porno deja de ser un elemento de excitación sexual, el placer queda a un lado y lo que manda, lo que prima, es la ansiedad. No pueden dejar de hacerlo, pero se sienten mal cada vez que lo hacen.
Como además la situación genera ansiedad, las erecciones cuestan más, con lo cual estas personas empiezan a buscar cada vez más estimulación para lograrlas, con cosas “más fuertes”, “más potentes”.
(Sigue Pedro) Entonces dejé de tener sexo con mi pareja, porque no había manera de tener una erección. Y además me empecé a meter en webs de sexo en directo... y a gastarme dinero en chicas, para que se desnudaran y tener sexo online. Y cada vez más.
Y en casa, con mi mujer, cada vez peor: estaba o frío o ausente, no me apetecía estar con ella, me aburría lo que me tenía que decir, me molestaba, solo quería que se acostase y poder meterme a ver mis cosas. Llegó un punto en que no esperaba ni que se fuera o se durmiera, me metía después de comer, los fines de semana...
Ella me preguntaba que qué hacía, y le mentía, claro. Ella no estaba bien, pero es que yo ni lo pensaba, no era consciente de que esto le hacía daño. Era como si ella dejara de existir, no sé cómo explicarlo.
Un día mi mujer vio el estracto del banco (hasta ese momento las cuentas las llevaba yo), y se destapó todo: me había gastado más de 6000 euros en esto. Y bueno, algo más que le había pedido a sus padres, sin que ella lo supiera, alegando que habíamos tenido unos meses malos.
Me amenazó con que si no iba al psicólogo me dejaría: decía que había perdido la confianza en mí totalmente, que no me conocía, que le daba asco esto que hacía, y que creía que yo necesitaba ayuda. Accedí y empecé a ir al psicólogo, pero me costaba mucho, ya no disfrutaba con el sexo ni con otras muchas cosas... Estaba muy desanimado.
Pedro estuvo en terapia durante un tiempo, pero cuando su pareja puso fin a la relación, cosa que sucedió durante el tratamiento, él dejó de acudir a consulta.
El porno, como elemento de ocio o disfrute, es estupendo, pero si sientes que has perdido el control, o que tu pareja tiene algún problema, acudid a un especialista, seguro que puede ayudaros. ¡Ánimo!
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