Hay mujeres que defienden la igualdad de hombres y mujeres y que, a la vez, les excita que un hombre les domine, les dé azotes, les dé órdenes y les haga obedecer. Es decir, son feministas en la calle y sumisas en la cama. ¿Es eso coherente?
El BDSM (Bondage, Dominación, Sumisión, Masoquismo: siglas que engloban este tipo de prácticas eróticas) recoge una serie de juegos sexuales que se caracterizan por la cesión del poder, es decir, una persona tiene el control sobre la otra. Todo hecho, por supuesto, con el consentimiento de todas las partes. Traducido a situaciones concretas, puede pasar que alguien se excite cuando le llaman perra y se pone a cuatro patas ante el dominante o cuando le atan y le azotan. Y si ese alguien, además, se considera feminista, es posible que estas dos cosas choquen en su cabeza y le provoquen un conflicto.
Por otro lado, las opiniones del feminismo ante este tema no coinciden. Hay quién defiende que ambas cosas son compatibles y hay quién piensa que no, que este tipo de prácticas reproducen las relaciones patriarcales, base de las desigualdades.
Vaya por delante que cada uno en la intimidad de su cama (o de dónde sea que esté) puede hacer las prácticas sexuales que le apetezcan siempre con la base del respeto, la cordura y el consenso. A partir de aquí, se abre el debate.
El BDSM reproduce los roles de poder del patriarcado
Hay un feminismo, llamado radical, que defiende que la raíz de la desigualdad social entre géneros ha sido el patriarcado, la dominación del varón sobre la mujer. Esta relación de poder, donde el rol dominante lo ejercen los varones y el dominado, las mujeres, es la causa directa de un deseo sexual donde estos roles se reproducen. El BDSM, tal y como lo define Sandra Bartky, profesora de filosofía y estudios de género en la Universidad de Illinois, es cualquier “práctica sexual que involucre la erotización de relaciones de dominación y sumisión”. Añade Bartky que el “masoquismo femenino, como la feminidad en general, es una forma económica de insertar a las mujeres en el patriarcado a través del mecanismo del deseo.” En otras palabras, el patriarcado se ha metido también en nuestra cama.
Para esta teoría feminista, “la supremacía masculina no sólo se perpetúa abiertamente a través de la dominación masculina de la mayoría de las instituciones sociales, sino más encubiertamente, a través de la manipulación del deseo”. Es decir, el consentimiento que está presente en las prácticas sadomasoquistas es una decisión que no toma la mujer libremente, sino porque es el rol sumiso que le han enseñado. El BDSM sería más de lo mismo pero llevado al sexo.
¡Que nadie te diga lo que tienes que hacer en tu cama!
Por otro lado, hay otras voces en el feminismo, llamadas prosexo, que defienden que la opresión y la violencia hacia las mujeres no están presentes en una práctica sexual consensuada. Coinciden en afirmar que el patriarcado incluye dinámicas de abuso de hombres a mujeres pero esto no es así en las prácticas sadomasoquistas, donde una mujer decide libre y conscientemente lo que quiere hacer. Cede su poder cuando quiere y a quién quiere. Pone límites y controla. Con lo que no hay abuso. ¿Quiere decir esto que nunca hay abuso en el BDSM? No, lo puede haber como en cualquier otra relación donde estén implicadas varias personas.
Por otro lado, la antropóloga especializada en sexualidad de la Universidad de Columbia Carole S. Vance opina que “la lucha contra la opresión sexual no debe suponer la represión del deseo femenino”. Considera que no hay consenso ni investigación sobre la naturaleza de ese deseo y, aunque pudiera estar condicionado por la opresión del hombre hacia la mujer, el deseo femenino no debe ser considerado como algo peligroso para la igualdad.
Hay hombres sumisos y mujeres dominantes
El BDSM no está limitado a parejas heterosexuales donde él hace el rol de dominante y ella el de sumisa. Hay hombres sumisos, mujeres dominantes y parejas homosexuales (gais y lesbianas) que disfrutan de estas prácticas. Para el feminismo prosexo, esto es una muestra de que el BDSM está más allá del heteropatriarcado.
Pero para el feminismo radical, cuando un hombre heterosexual adopta el rol sumiso lo hace para probar el cambio de roles sabiendo que puede deshacerse de él cuando quiera. Forma parte de su privilegio masculino. Las mujeres, en cambio, no pueden escapar de ese rol sumiso porque es donde se les encaja en la vida diaria. Las mujeres dominantes o las parejas homosexuales están reproduciendo los roles patriarcales.
Y entonces, ¿se puede ser feminista y sumisa?
Esa pregunta solo la puede responder una misma según sus creencias y sus valores. Pero hay que tener en cuenta que, como indica la psicóloga y activista feminista Cristina Garaizabal, “no todas las mujeres vivimos igual la sexualidad y existe una gran diversidad de vivencias sexuales entre nosotras, dependiendo de múltiples factores, tanto individuales como sociales”.
Seas de la opinión que seas, respeta y disfruta del sexo en libertad y con consentimiento.
Fotos | 50 sombras de Grey, Secretary, La Venus de las Pieles