Lo mío con Instagram era absoluta obsesión y me llevó hasta límites que a mí me parecían exagerados. Me importaba más la imagen que proyectaba de mi misma y los hashtags que utilizaba para hacerlo que mi propia realidad. El no ser capaz de vivir como una auténtica instagrammer se convirtió en un foco de frustración y desilusión. ¡Qué alguien me saque de aquí! Y yo solita lo hice. Al final borré mi perfil de Instagram, y estas son las razones que me llevaron a hacerlo.
Llenó mi vida de complejos que antes no tenía
Yo soy una persona sencilla, de esas que van cada día al gimnasio a sudar la gota gorda para luego poder comer lo que quiera sin culpabilidad alguna. Hay cosas de mí que me gustaría mejorar, como la flacidez del trasero o mis orejas puntiagudas. Pero vamos, nada que me quitara el sueño o me obsesionara sobremanera. Era bastante feliz conmigo misma, hasta que comenzaron las comparaciones.
No es que nunca hubiera visto a una chica con el pelo largo, pero esos #hairgoals que hay en Instagram no las hay en ningún otro sitio del mundo. Lo mismo pasa con esos cuerpazos, esos culos perfectos, esas piernas larguísimas o esos eyeliner impolutos. ¡Qué difícil es quererse a una misma cuando parece que haya tanto que mejorar!
Incrementé mis horas de gimnasio y pasaba más de media hora intentando igualar mi maquillaje delante del espejo, pero jamás conseguía esa "divina perfección". Hasta que un día dije me cansé y decidí dejar de compararme. ¿La vía más sana? Simplemente dejar de tener ese idílico feed de Instagram. Bye bye al césped más verde del vecino y a las aspiraciones frustrantes e imposibles de alcanzar.
Hizo que mi vida me pareciese mediocre
Yo tengo un trabajo, un sueldo y unas limitaciones. Eso me impide dar la vuelta al mundo en mitad de abril, pasar las navidades bebiendo agua de coco en el Caribe o tener veranos de siete meses en las Maldivas. De hecho, trabajo duro y ahorro mucho para poder escaparme 15 días al año, pero ellas viven a todo tren todo el año e Instagram se encarga de recordártelo. Y yo no. Y duele. Y pica. Y rabia muchísimo. ¿Y para qué pasar el mal trago?
Y lo mismo ocurre con esos cuerpazos, esas casas de ensueño, esos vestidores infinitos, esos cachorros de peluche y esas comidas. Ni tengo medidas de 90-60-90, ni mi casa parece la del catálogo de Ikea, ni mis perros parecen almidonados ni mi armario tiene más metros cuadrados que el Bernabeu. Más bien todo lo contrario, y hasta que llegó Instagram eso nunca había sido un problema.
¡Y las comidas! Hamburguesas, pizzas, comida mexicana, si hasta las ensaladas parecen saber mejor acompañadas del hashtag #foodporn. Pero claro, entre tanto postureo y tanta merienda colorida a mí lo que me da es un apetito insaciable, y no me quedo nada agusto cuando comparo la maravillosa burguer de cinco pisos y cuatro quesos de Instagram con la mía de un euro de McDonalds bien aplastujada, la verdad.
El tiempo que dedicas a mantener tu perfil y que podrías dedicar a otras cosas
No sé vosotros, pero yo tengo un trabajo al que le dedico tiempo. También duermo (y mucho). Eso te deja con un total de aproximadamente ocho horas para dedicar a otras cosas: familia, amigos, pareja, hobbies, etc. Parece que hay tiempo para todo, ¿verdad? Nanai de la china. Instagram es un pozo sin fondo de tiempo. Nunca sabes cuándo terminarás.
Parece que exagero, pero entre que haces la foto adecuada, que la encuadras, que escoges entre los tropecientos filtros, que decides su título y, lo más importante, los hashtags pertinentes, el día se te va entero. Por no hablar, claro, de los likes y comentarios que haces y que te hacen, el cotilleo diario y todos los Instagram Stories. Que levante la mano quién no haya pensado "venga, termino lo que estoy haciendo y descanso cinco minutitos mirando Instagram". ¡Ja! Esos maravillosos cinco minutos, solo equiparables a los "cinco minutitos más" de cuando suena la alarma.
Al final pasas más tiempo mirando lo que hacen otros que haciendo tú mismo algo. Una sensación que, no sé a vosotros, pero a mí no me dejaba buen sabor de boca al terminar el día. Me enfadaba conmigo misma y me decía "tienes que hacer algo con tu vida y no pasarte el día mirando lo que hacen otros". ¡Menos decir y más hacer! Y por eso me borré Instagram.
Los efectos nocivos de Instagram en mi vida
Finalmente, Instagram pasó de ser un entretenimiento sano a convertirse en una fuente de desilusión, comparaciones y frustración. Ese mundo idílico que nos muestran en las redes terminó por hacerme sentir que mi vida era mediocre, algo que no podía remediar ni con el filtro Juno, vamos.
El postureo terminó por comerse a la realidad, viviendo vidas de mentira con tal de conseguir un like más en la última foto posteada. Así, me olvidé temporalmente de disfrutar mi vida, que es bastante maravillosa, y de dejar de mirar lo que hace el de al lado.
Lo que he descubierto al borrar Instagram de mi vida
Borrar Instagram ha supuesto un detox digital que recomiendo a cualquiera. Ahora tengo tiempo para mí, para hacer lo que me hace feliz sin preocuparme de si será lo suficientemente cool como para conseguir más seguidores. De hecho, no echo de menos ni a uno solo de los cientos de followers que tanto me costó conseguir, y estoy segura de que ellos habrán encontrado otro perfil con el que sustituirme. Ya se sabe, la gente de verdad viene y va.
Desde que no tengo Instagram he comido hamburguesotes espectaculares, he conocido sitios maravillosos y he pasado noches con amigas que de verdad cambian el mundo. Y todo ello a pelo, sin hashtags y a lo loco, como se hacía antes. Podréis pensar que soy una rara, pero ahora la vida es más divertida, más intensa y, sobre todo, más analógica y real.
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Fotos | Pexels, @emmagraceland, @dulceida, @guiadohamburguer,
En Trendencias | Me he quitado del grupo de WhatsApp de la clase de mi hija (y os cuento por qué).
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