El escritor Xacobe Pato, decía que “un hijo es como tener algo siempre al fuego”. Es un riesgo constante especialmente en la infancia, una etapa tan vulnerable que todo lo que se hace, ya sea bueno o malo, repercute en la vida adulta de esos niños. La psicoterapeuta Beatriz Cazurro, explicaba en su libro ‘Los niños que fuimos, los padres que somos’ que la forma en que nos criaron siendo niños marca el funcionamiento de nuestro cerebro y de nuestro sistema nervioso. El motivo es que nuestro cerebro no tiene la misión de hacer feliz, sino de ayudarnos a sobrevivir como explica Rafa Guerrero, psicólogo infantil y juvenil especializado en trauma y apego en ‘Trauma. Niños traumatizados, adultos con problemas’. Por eso los traumas que experimentamos en el pasado, concretamente en la infancia, nos acompañan siempre como si se hubieran grabado a fuego bajo la piel.
Tal y como explicaba el experto en una entrevista con Hola, “todo lo que queda en el aire o lo que queda silenciado, lo que no es gestionado de manera adecuada, uno lo acarrea”. Por eso es tan importante que como adultos, aprendamos a gestionar los traumas del pasado y los sanemos con ayuda de profesionales de la salud mental. El riesgo que corremos al no hacerlo es repetir de forma inconsciente muchas actitudes que odiábamos de nuestros padres. Aunque no queramos, podemos repetir los mismos comportamientos de nuestros padres al criar a nuestros hijos, y es lo que ocurre con los llamados “traumas intergeneracionales” o “transgeneracionales”.
Cómo puedes pasar tu trauma a tus hijos sin darte ni cuenta
Como ocurre con cualquier tipo de trauma, se produce una respuesta al mismo que se repite de manera inconsciente a lo largo del tiempo y que determina nuestras diferentes dinámicas. En el caso de los traumas intergeneracionales, y como explica la divulgadora científica Maria Beatrice Alonzi en su libro ‘Tú no eres tus padres’, este tipo de experiencias traumáticas no resueltas, y que no son necesariamente traumas de abuso sexual, o violencia, se puede traspasar de una generación a otra sin ser conscientes de ello.
Si los niños aprenden observando e imitando las conductas de sus padres, en el proceso terminarán adquiriendo los patrones de conducta de estos frente al trauma y sin darnos siquiera ni cuenta. Estos efectos del trauma intergeneracional han sido reconocidos en segundas y terceras generaciones, y se explica con la epigenética. La experiencia del trauma, o más precisamente el efecto de esa experiencia, se “transmite” de alguna manera de una generación a la siguiente a través de mecanismos no genómicos, posiblemente epigenéticos, que afectan la función del ADN o la transcripción genética. Es decir, los traumas se inscriben en los cromosomas y determinados hechos traumáticos pueden generar cambios genéticos en nuestra descendencia como se demostró con los supervivientes del Holocausto. No es la experiencia traumática lo que se transmite, sino la ansiedad y la visión del mundo de los sobrevivientes. Muchos sobrevivientes del Holocausto desarrollaron una visión de que el mundo es un lugar peligroso donde pueden suceder cosas malas en cualquier momento. Sus hijos percibieron intuitivamente este miedo y se adaptaron a estas señales.
Los estudios muestran que los niveles de abuso que mujeres sufrieron durante su infancia, como la violencia o el abuso sexual, dejaron una huella duradera en los hijos que tuvieron. "El abuso infantil tiene un profundo impacto en la salud mental de los adultos, que luego puede afectar a los miembros de la familia", explicaba Andrea Roberts, autora principal del estudio y científica investigadora de Harvard. Por ejemplo, las tasas de depresión fueron 1,7 veces más altas y la depresión crónica 2,5 veces más alta entre los hijos de mujeres que experimentaron abuso infantil severo, en comparación con los hijos de madres que no habían sufrido tal abuso.
Cómo evitan los padres con un trauma repetir los patrones con sus hijos
Maria Beatrice Alonzi explica en su libro ‘Tú no eres tus padres’, que el trauma no resuelto se presenta de nuevo en la edad adulta con dinámicas de comportamiento que van en contra hasta de lo que piensan. Padres que dijeron que no gritarían a sus hijos durante la crianza como hicieron los suyos, y que se ven repitiendo los mismos comportamientos que sus padres. Algo que en el refranero español podríamos resumir con una frase: de tal palo tal astilla. Para Rafa Guerrero la clave está precisamente en el concepto de no resuelto. “Somos una generación altamente traumatizada, aunque no seamos conscientes de ello. Como no queremos hacernos cargo de nuestros traumas, los perpetuamos de generación en generación”, escribía en su último libro. Este proceso de traspasar nuestros traumas a nuestros hijos se produce porque existen diferentes formas de aprender cuando somos niños, como el aprendizaje por modelado o aprendizaje social, aquel en el aprendemos observando a otros y replicando sus comportamientos o acciones. Aprendemos por imitación e identificando modelos a seguir que cuando somos muy pequeños suelen ser en su mayor parte nuestros padres. Cuando tu madre se queda paralizada cuando te ríes, aprendes a no reírte delante de ella, por ejemplo. Cuando tu padre reacciona con ira ante un problema, normalizas que esa es la forma de enfrentar los problemas, desde la ira.
El trauma no debe verse como algo en nuestro pasado, sino también como una experiencia que deja una huella duradera en la mente, el cerebro y el cuerpo. Por eso lo más importante de todo para evitar pasar ese trauma a tus hijos es curarte de él. Sanarlo. Y para eso, debemos pedir ayuda psicológica, para que nuestros patrones adquiridos por nuestro trauma no tengan un impacto negativo en nuestros hijos. Que no aprendan a actuar desde un trauma que ni han experimentado.
En su libro, Rafa Guerrero explica su propio trauma marcado por el abandono emocional de sus progenitores, menos visible que otros traumas como el abuso sexual o el maltrato físico, pero que influyó en su desarrollo. El mismo explica que no haber tenido un soporte emocional, algo común en el estilo de crianza de la armonía deshonesta que muchos millennials han vivido, está menos visibilizado pero también impacta en nuestro comportamiento.
Según los más de 100 psiquiatras, psicólogos y médicos que participaron en “Grand Rounds”, un evento educativo del Boston Medical Center, “el trauma está en el centro de muchos problemas de salud mental”. La buena noticia es que así igual que el trauma puede transmitirse de generación en generación, también puede hacerlo la resiliencia, pero es necesario comprender la fuente original del trauma y las vías de transmisión a través de las familias y la sociedad.
Para escapar de esa herencia Maria Beatrice Alonzi habla de “tomar conciencia de cómo se funciona en el día a día”. Observar cómo reaccionamos con nuestros hijos, especialmente cuando perdemos los papeles con ellos. “Una vez observado nuestro modo de comportarnos, si siempre perdemos los papeles en las mismas situaciones y repetimos nuestros patrones de comportamiento, debemos saber que hay cosas que nos están limitando y constriñendo; y tenemos el derecho de pedir ayuda a la única persona que puede ayudarnos: el psicoterapeuta”, asegura. Si queremos evitar que nuestros traumas no resueltos pasen a nuestros hijos, debemos como padres encontrar las estrategias para lidiar con nuestro pasado y superar ese trauma.
Fotos | Vitolda Klein en Unsplash, Susan Wilkinson en Unsplash, Hoi An Photographer en Unsplash
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