Se acercan las Navidades y, poco a poco, cada uno de nosotros nos vamos acercando a nuestro verdadero yo navideño: el Grinch o los amantes de la Navidad. Por cada persona que decora su casa con todo tipo de luces, Papa Noeles colgando de las ventanas y decoración navideña, encontramos al menos a otra persona que detesta pensar en cualquier cosa que se le parezca a una figurita o a cenas navideñas.
Un estudio realizado en 2013 encontró que, en la población Británica, a una de cada cinco personas no le gustaba la Navidad. Esto suponía el 21% de la población británica, que no es una cifra nada desdeñable. No solo eso, sino que hasta el 16% de los británicos cancelarían cualquier tipo de celebración. A los que nos gusta la Navidad esto puede parecernos impensable, pero ocurre y hay algunos motivos para ello.
Por qué existen estas diferencias
Cuando se trata de explicar por qué algunas personas adoran la Navidad mientras que otras la detestan, existen varias explicaciones posibles. Algunas de ellas son más obvias, pero existen otras en las que quizás no habíamos pensado
El motivo religioso
Esta quizás es la explicación más sencilla, pero es la que menos casos explica. La realidad es que la Navidad no deja de tener un transfondo religioso. Evidentemente, poco a poco, ha ido perdiendo esta connotación en muchos de nosotros y se ha convertido en una celebración familiar, pero el transfondo sigue estando ahí. Para aquellas personas que no son creyentes de la fe cristiana - y tienen fuertes sentimientos al respecto - celebrar la Navidad puede crearles rechazo.
Sin embargo, muchos de nosotros no somos religiosos y aún así nos gusta la Navidad, por lo que debe haber alguna otra explicación a el fenómeno que lleva a la gente a sacar su Grinch interior.
La memoria y nuestros gustos
Una de las explicaciones más extendidas es la que involucra a la memoria. Algunos de nuestros gustos son innatos, como el que tenemos a ciertas preferencias de sabores - dulce, salado, amargo, etc. -. Sin embargo, otros gustos van evolucionando con el tiempo. Algunos de nuestros gustos o aficiones, como las ciudades que nos gustan, las películas, series de televisión o música, aparecen debido a respuestas aprendidas que adquirimos frente a ciertos estímulos.
Esto quiere decir que algunos estímulos nos crean ciertos sentimientos y emociones y estas, si son repetidas, las vamos relacionando con el estímulo concreto. De esta manera, con el tiempo, vamos adquiriendo una emoción inconsciente hacía ciertos estímulos. Poco a poco no recordaremos por qué algo nos gusta o no, pero se deberá a las primeras emociones que nos causaron el mismo estímulo o algunos similares.
Esto se puede aplicar también, según una investigación realizada en 2016, a nuestro gusto o disgusto por las navidades. Esto, claramente, puede explicar el disgusto por la Navidad de aquellas personas que desde pequeños tuvieran malas experiencias en esas fechas. Sin embargo, la mayoría de las primeras experiencias navideñas en un país como el nuestro tienden a ser positivas y, después, cuando somos adultos podemos sentir aversión igualmente.
En esta investigación indican que una mala o tensa relación familiar, tanto durante la infancia como en la edad adulta, puede influir en el disgusto ante la idea de unas celebraciones familiares. Por supuesto, los investigadores hablan de aquellas personas que no tienen familiares con quienes celebrarlo lo que puede provocar cierta amargura, cinismo hacía las fiestas o apatía.
Durante la edad adulta pueden surgir otras situaciones vitales que nos hagan relacionar la Navidad con un mal recuerdo: desde aquellos que trabajan en un establecimiento en dichas fechas y sufren la presión de las compras, el fallecimiento de un ser querido en los días próximos a la Navidad y un largo etc.
El aislamiento social
Esto se relaciona un poco con otra de las explicaciones encontradas en una investigación de 2010 y que se refiere al efecto de aislamiento social en nuestro gusto por la Navidad. En esta investigación, se encontró que el cerebro de las personas que estaban más aisladas socialmente mostraban - en una resonancia magnética - respuesta reducida o casi nula a los estímulos que hacen felices a la mayoría de las personas. Sin embargo, mostraban una mayor respuesta al conflicto.
De esta manera, las personas que están más socialmente aisladas pueden sentir un fuerte rechazo no solo a la Navidad, sino a la idea de que todo el mundo es feliz en dichas fechas. Primero por no compartirlo y, segundo, por no ser capaces de entenderlo.
La presión del consumo
Para algunos el que una fiesta que si ya no religiosa, al menos familiar, se haya convertido en un motivo de excesivo consumo puede ser un motivo de disgusto. Para otros, la necesidad de comprar los regalos perfectos, a tiempo y sufriendo las multitudes que se forman esos días pueden suponer demasiada presión.
La idea de tener que gastar mucho dinero en regalos, cocinar para el gusto de todos, ir o faltar a cenas y reuniones navideñas y comparar nuestras posibilidades - y actividades - con las de los demás puede suponer demasiada presión y acabar convirtiéndose en motivo de estrés o ansiedad.
En definitiva, los motivos por los que a algunas personas no les gustan las navidades pueden ser muy variados. Para algunos de nosotros, los que disfrutamos con estas fiestas puede resultar difícil de comprender de primeras. Sin embargo, las experiencias vitales de cada uno influyen especialmente en estas fechas y es totalmente respetable y comprensible.
Imágenes | El Grinch, Giphy
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