Somos la generación con más acceso a información y entretenimiento de la historia, tenemos más amigos (virtuales, claro) y posibilidades para entrar en contacto con ellos que nunca y las posibilidades que se abren ante nosotros de ocio son infinitas. Entonces ¿por qué nos aburrimos tan fácilmente y, sobre todo, por qué todo nos aburre?
Siempre he tenido la impresión de que el aburrimiento es el padre de la creatividad y las ideas brillantes. Aunque también dice el dicho que “cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas por el rabo”. Pero ambas situaciones me llevan a la misma conclusión: aburrirse no es tan malo como parece, al revés es una oportunidad para desconectar, descansar el cerebro y darnos la oportunidad de no hacer absolutamente nada (el verdadero lujo de estos tiempos).
Pero vivimos un momento histórico en el que parece que aburrirse es una gravísima enfermedad.
No hacer nada, ¿cómo se nos ocurre? Y lo que es peor: nosotros somos los primeros que nos agobiamos con la situación. Incapaces de afrontarla, de dejar de estar entretenidos cada segundo, recibiendo un chute de información al momento, hablando con alguien, mirando algo,...
Una sociedad con el constante sentimiento de que se está perdiendo algo.
Otro dicho: ojos que no ven, corazón que no siente.
Pero, maldita sea, el problema es que ahora lo vemos todo. Absolutamente todo. Es levantarnos, encender el móvil y en dos segundos acceder a una cantidad indecente de información sobre todo y todos.
Las redes sociales nos han proporcionado herramientas para conocer a más gente y a conocerlas mejor. Pero eso también ha provocado un sentimiento “de pérdida” terrible.
Sólo hay que echarle un vistazo a tu propia página en Instagram. Seguro que está hasta arriba de fotos maravillosas: aquella fiesta de hace dos meses, una paella de lo más fotogénica, los últimos zapatos que compraste… Da la impresión de que vives una vida de lo más excitante y llena de glamour, pero todos sabemos que no es así exactamente. Y además, todos esos momentos se olvidan fácilmente. Siempre parece que le pasan a otros y no a nosotros.
Y es que la hierba siempre es más verde en la parcela de al lado. Y en el muro de Facebook de los demás, otra red social que favorece la envidia social. Desde que este tipo de redes sociales llegaron a nuestras vidas es como si a todo el mundo les fuera de perlas. Y a ti no, lo que nos conduce a un terror a estar perdiéndonos algo todo el tiempo. Por no mencionar también la sensación de que no somos tan populares como los demás, no tenemos fiestas a las que acudir, ni importantes reuniones, ni vacaciones excitantes… Pero todo es postureo, como ya hemos hablado en algún artículo como este.
No tienes nada de qué preocuparte. Según un estudio realizado en el año 2010 la mayoría de los usuarios de Facebook sobreestiman la diversión de los demás, hasta el punto que mucha gente está empezando a sufrir depresiones pensando que algo deben estar haciendo realmente mal para no estar a la altura.
En resumen, nos hemos acostumbrado a pensar que es normal estar todo el rato haciendo cosas increíbles. Porque las vemos en los demás. Y eso nos genera una inquietud por dentro que nos pide siempre un "algo más" y nos hace creer que "no es suficiente lo que tengo"
Una sociedad incapaz de concentrarse en el momento.
Sí, también nuestra capacidad de atención y nuestra forma de enfrentarnos al aburrimiento se han visto afectadas por la influencia de internet y las redes sociales. De tal manera que cuando conseguimos atender algo es cuando estamos activamente comprometidos, pero cuando fallamos en comprometernos, cuando no atendemos tanto como deberíamos nos aburrimos. Así de fácil.
Y además no tenemos paciencia con el aburrimiento. No estamos acostumbrados a hacerlo porque los más mayores crecimos con la televisión, los más jóvenes, con las nuevas tecnologías y un acceso a todo tipo de información. Nos hemos acostumbrado a tenerlo todo. Y a tenerlo ya. Incluso cuando no sabemos lo que queremos exactamente.
Lo veo cada vez que mi hija mayor comienza un nuevo libro. Si la acción no empieza inmediatamente, si la trama no entra a saco, se aburre. Necesita que pase algo ya. Eso elimina todas mis esperanzas de que algún día lea a Dickens.
Otro estudio llevado a cabo en el año 2013 por John Eastwood y un equipo de la Universidad de York trataba de averiguar qué nos causaba aburrimiento, pero, más importante aún, por qué ese aburrimiento nos hacía tan infelices.
Uno de los problemas que encontraron es que el uso de las nuevas tecnologías favorece la multi-tarea, hacer cientos de cosas a la vez, lo que en parte es responsable de que no podamos concentrarnos plenamente en una sola cosa. Nos hemos acostumbrado a picar de flor en flor. O de web a red social. Cuantas más cosas estemos haciendo, menos capacidad tenemos para concentrarnos en ellas y, por lo tanto, menos satisfacción encontramos. En otras palabras, el exceso de conectividad y de contenidos es nuestro peor enemigo. Y estamos perdiendo la capacidad de saborear las cosas, la vida, la información y las experiencias...
El psicólogo Timothy Wilson llevó a cabo otra investigación en la que comprobaba como universitarios podían llegar a enloquecer tras unos minutos encerrados en una habitación sin conexión a internet y que prefería sufrir dolor físico al aburrimiento (aquí podéis leer cómo se llevó a cabo). El problema según las conclusiones de este profesional es que hemos olvidado cómo pasar el tiempo con nosotros mismos, a entreternos solos. Internet ha cubierto ese hueco, pero en el fondo tampoco lo está llenando. Porque también nos aburre.
Tenemos un buen libro en las manos. Y deberíamos valorarlo, pero nos cuesta tanto engancharnos al cien por cien que no lo hacemos. Y eso al mismo tiempo nos hace infelices. No somos capaces de disfrutar mientras disfrutamos porque ya estamos pensando en el estímulo siguiente. Sin concentrarnos al cien por cien en nuestra propia felicidad.
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