Ya sea en busca de un estilo de vida más sostenible y tranquilo o empujados por la precariedad, en los últimos años se viene dando una tendencia entre algunos jóvenes que han decidido alejarse de los entornos urbanos para emigrar a zonas rurales. Aunque, de momento, se trate de casos aislados, tal y como demuestran los mapas y gráficos, y no de un éxodo de vuelta a la España vaciada, sí se ha convertido en un alternativa que antes muchos ni se planteaban. En especial desde que la pandemia de coronavirus haya quitado de la ecuación el factor social y de promoción laboral de las ciudades.
Conectando con esta tendencia, la escritora Rosa Moncayo narra en su último libro, La intimidad, cómo una pareja decide dejar la ciudad y mudarse a una casa de campo para escapar del círculo social tóxico que los ha sumido en una espiral de drogas y obsesiones.
En el caso de Moncayo, ella no puede decir que lo de mudarse al campo para sanar una relación y rehabilitarse sea una historia autobiográfica, sí entiende lo que es vivir en él porque creció en Pina, una localidad muy pequeña de Mallorca. Además, tiene en su entorno a una pareja tan cercana como son sus padres que, hartos de la ciudad, se retiraron allí en busca de ese relax.
"Parece que si te vas a la naturaleza salvaje y estás allí en comunión contigo misma te vas a sanar de todo pero no"
La autora, que ahora reside en Madrid, reconoce a Trendencias que le sigue atrayendo la vida sin ruido del campo pero avisa de que, con su novela, ha querido desmitificar el tema porque “parece que si te vas a la naturaleza salvaje y estás allí en comunión contigo misma te vas a sanar de todo pero no es verdad”. Así que no recomienda a nadie tomar ese camino con la pretensión de que en el pueblo se vayan a solucionar sus problemas, la ansiedad se esfume y vayan a estar bien porque sí.
El mejor ejemplo son sus personajes aunque, como para descubrir todos los pormenores de su aventura rústica es mejor leer la novela, hemos querido conocer otros casos de parejas que han decidido dejarlo todo e irse a vivir en mitad de ninguna parte. Sus motivos: el desahogo económico, tener relaciones más auténticas con los vecinos, menos distracciones o llevar un estilo de vida no tan consumista son algunos de ellos.
Cristina y Paco, 3 años en la Sierra de Cádiz
Cristina y Paco vivieron durante tres años en un pueblo muy pequeño de la Sierra de Cádiz, rodeados de monte, un riachuelo y multitud de animales. En 2014, cuando tenían 28 y 30 años, un familiar les ofreció una casa que tenía vacía en el campo y les atrajo, tanto el paisaje como el alivio económico de no tener que pagar alquiler en la ciudad.
Poder trabajar en remoto como periodista y diseñador gráfico se lo permitió durante un tiempo y, a día de hoy, de vuelta en Madrid, aseguran echarlo mucho de menos. Además de a trabajar y dedicarse a sus intereses creativos, el día lo destinaban al mantenimiento de la casa y a dar paseos.
“Para hacer la compra había que ir en coche a otro pueblo y la oferta de actividades era muy limitada pero lo bonito que era el entorno lo compensaba. El hecho de poder ir al río cualquier tarde, ver las estrellas...”, nos cuenta Cristina, que también reconoce que, aunque tener tan pocas relaciones sociales acabó siendo agobiante, aquel estilo de vida les ayudó a reducir el estrés,
La psicóloga María Esclapez, especializada en terapia de Parejas y sexología, nos explica al respecto que "cambiar el entorno de la ciudad al campo ayuda porque, al fin y al cabo, es cambiar el contexto a algo menos estimulante y, por ende, nos quitamos de encima un factor activador del sistema simpático". No obstante, opina que para casos de personas con ansiedad o depresión esto no sirve de nada si no se acompaña ese cambio con un proceso terapéutico.
"Poder ir al río cualquier tarde y ver las estrellas compensaba la escasa oferta de actividades"
“Disponer de mucho tiempo y espacio para la realización personal era un regalo pero tener escasos recursos sociales y la escasez de actividades se hizo difícil”, puntualiza Cristina sobre su experiencia. Finalmente, la soledad y el aislamiento acabaron pesando tanto que, sumándose a la dificultad de mantenerse económicamente en el tiempo, hizo que decidieran marcharse.
Para Esclapez, hay dos tipos de síntomas a los que tendríamos que prestar atención a la hora de saber si el cambio y el aislamiento están siendo demasiado para nosotros. Por un lado, cualquier muestra de malestar físico psicosomático como dolores de cabeza, malestar estomacal, malas digestiones, problemas en la piel (picores, irritaciones, eccemas, etc). Por otro estarían los emocionales: sensación de vacío, tristeza, llanto fácil, apatía, desmotivación, abulia, anhedonia o irritabilidad prolongados en el tiempo ya es motivo de consulta en psicología.
Irene y Alberto, 7 meses en las Cuencas Mineras de Asturias
Tener que regresar a la ciudad es una de las peores pesadillas de Irene y Alberto, una pareja de malagueños de 29 años que lleva nueve meses instalada en La Rotella, una aldea en las Cuencas Mineras de Asturias tan minúscula que la calle en la que viven ni siquiera tiene nombre. De hecho, nos cuestan que les costó mucho saber cuál era su propia dirección.
Llegaron allí en septiembre del año pasado, desde el centro de Málaga, cansados de aquello en lo que consideran que la ciudad se está convirtiendo: “gentrificación, turismo de borrachera, menos espacios para la vecindad... Todo está hecho para personas que vienen de fuera”, nos cuenta Irene en una conversación telefónica interrumpida varias veces por el cacareo de un gallo en plena lucha por convertirse en el macho alfa del corral.
Les atrajo Asturias por sus zonas verdes, aunque el sitio definitivo, “más que elegido, fue un poco lo que había”. Y es que, según nos explican ellos mismos, en Internet hay muy pocas casas de este tipo ofertadas. Eso les obligó a viajar en coche para ir preguntando de forma analógica entre los vecinos si conocían de viviendas en alquiler.
Aunque por sus estudios y trabajo (Irene cursa un máster de psicología y Alberto da clases de arte en una pedanía de Oviedo) se desplazan a diario hasta la capital, reconocen que el proceso de adaptación ha sido duro aún así: “Al principio el cambio nos unió mucho como pareja, sin embargo, ha sido difícil encontrar espacios en los que crecer socialmente de forma individual. Nos ha llevado muchos meses y esfuerzo conseguirlo y eso ha generado conflictos”.
La experta consultada por Trendencias considera que, ante el agobio ocasionado por la falta de relaciones sociales más allá de la pareja, es muy importante es repartir bien el tiempo y el espacio, "tanto el individual como el común". Además, recuerda que podemos ayudarnos de las nuevas tecnologías porque "es importante tener vínculos fuera de nuestra relación romántica".
"Tener que regresar a la ciudad es una de las peores pesadillas"
Esto se debe a que la despoblación es uno de los principales problemas de esta localidad. Ellos viven rodeados de casas abandonadas y, para encontrar a los primeros vecinos, tienen que andar unos minutos. Además, la media de edad de los parroquianos supera los 70 años.
Finalmente, con mucho empeño y trabajo han conseguido que el aislamiento no sea un problema. De hecho, todo lo contrario, han descubierto que puede haber más vida en comunidad en un lugar en el que hay mucha menos gente que en un entorno superpoblado como una ciudad.
“Cuando se habla de 'vida en comunidad' se suele pensar en una comuna pero nosotros aquí sentimos que vivimos en comunidad porque tenemos una red de vecinos con la que hablamos y resolvemos problemas de forma conjunta, no como cuando en un edificio de catorce plantas y no sabíamos ni quiénes eran nuestros vecinos”.
Siendo así, y a pesar de aspectos negativos como las horas muertas perdidas en desplazamientos o tener que planificar las excursiones con dos días de antelación, la experiencia les compensa de momento. No solo por la tranquilidad y el contacto con la naturaleza sino también por las relaciones "tan bonitas" con personas mayores que dicen haber iniciado. En particular, han entablado amistad con una pareja octogenaria que necesitaba ayuda en casa. Ellos se ofrecieron a cuidar de sus gallinas y caballo y, a cambio, les han cedido un trozo de tierra para tener su propia huerta.
Aitana y Hugo, 5 años en el desierto de Almería
Desde un entorno menos verde ve Aitana salir el sol por detrás de una bungavilla y una palmera en su cortijo en el desierto de Almería. Después de un tiempo dando tumbos, se dio cuenta de que no acababa de encontrarse bien en ningún sitio y que lo único que hacía era salir de noche y darse atracones de comida basura. Decidió entonces mudarse con su pareja cerca del Cabo de Gata, donde no hay casas alrededor, no pasan coches y solo tienen un único vecino, "imprescindible", nos cuentan, en sus vidas.
De aquella mudanza han pasado cinco años y, aunque ya les parece que vivir allí es lo mismo que hacerlo en cualquier otro sitio, pero más barato y con más espacio, admiten que, hasta que uno se acostumbra a la soledad, el cambio puede ser un shock. Ahora, sin embargo, cuando por trabajo o por temas de estudios, Aitana tiene que viajar fuera de Almería, lo primero que piensa siempre al volver es que no quiere pisar la calle en dos semanas.
Por otro lado, vivir en un lugar con vistas de ensueño y la compañía de perros, gallinas y un gallo reconocen que tampoco les evita estrés en el trabajo. Ambos lo hacen desde casa, dando clases online y traduciendo, y no les falta faena. Para llevarlo mejor, Aitana va cambiando de lugar a lo largo del día para que le parezca que está en otro sitio. Incluso se saca el ordenador al sol.
Admite que sale poco de casa: va a clases de yoga, queda a comer con algún amigo o va a la costa porque le fascina que su lugar de ocio sea una playa y no un bar. "Aquí moverse da bastante pereza así que si no es necesario no salgo. A veces echo de menos quedar para tomar unas cañas y no tener que volver conduciendo pero no cambiaría mi vida por ello". Nos cuenta, además, que, cuando tiene necesidad, se pega unos cuantos días de inmersión en la ciudad.
"Si me canso de estar sola puedo permitirme irme de viaje con mis amigos porque lo que ahorro es una barbaridad"
El espacio, estar en la naturaleza, no tener tantas distracciones... son los beneficios que para ellos hacen que, hasta de los aspectos negativos, acaben resaltando lo positivo: "Cuando vives en una urbe, lo tienes todo a mano para el consumo. Sin embargo, tener que demorar las compras hace que ahora muchas veces dejemos de hacerlas". También han aprendido a organizarse mejor porque "estar a media hora de la ciudad te obliga a hacerlo para conseguir hacer todas las gestiones cuando vas".
Son ese tipo de cosas las que les han hecho darse cuenta de que, en realidad, todas las facilidades de las que han tenido que prescindir no les importaban tanto. "Vivir en un sitio grande y barato me hace sentir una privilegiada y si me canso de estar sola me puedo permitir irme de viaje a ver a mis amigos porque me ahorro una barbaridad en alquiler”.
Eso sí, recomiendan la experiencia solo a gente a la que le guste la soledad y, además, consideran que es más fácil hacerlo con alguien, ya sea con colegas o con pareja. "Yo nunca imaginé que podría vivir en este nivel de aislamiento pero creo que mucho de lo que piensas que vas a echar de menos no son más que cosas que te ha metido en la cabeza y que, en realidad, cuando ya no las tienes, te dan igual".
Libro 'La intimidad' de Rosa Moncayo cazorla
Fotos |Leap Year, Netflix