El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
Volví, un año más, a la Universidad de la Experiencia. Allí encuentro a gente que, una vez jubilada, estudia, aprende, escucha. Gente que decide no quedarse en casa por las tardes delante de la tele o de la pantalla del móvil. Acude a las aulas con una seriedad y un compromiso que asusta y emociona. Cada año los veo más jóvenes. Lo cual, por supuesto, significa que yo soy más viejo. Suelen preguntar y participan mucho.
También fui a un instituto. Hablé de poesía a un grupo que voluntariamente se había apuntado a esa actividad. Igualmente emociona y asusta. Los vi también muy jóvenes. Y eso, ya lo sé, significa lo mismo. Guardan silencio y no suelen hablar. Quise explicarles –no sé si lo logré– que, aunque no lo creyeran, las razones por las que uno escribe un poema a los cuarenta y seis son las mismas que cuando lo escribes con dieciséis: tratar de explicarnos la vida a nosotros mismos. Tratar de entendernos.
He estado en tierra de nadie esta semana. Como un sándwich. Aunque sé muy bien hacia dónde camino y a qué lugares ya no volveré. Nadie conoce el futuro, pero recuerdo que fui un niño que recibió un día en clase la visita de un novelista. Había escrito una historia que se desarrollaba en mi ciudad. Entendí entonces, ahora lo veo más claro, que la literatura podía estar en el sitio en el que uno vive.
Treinta años después encontré a ese escritor firmando en una caseta. Compré aquel libro, ya en una nueva edición, y le pedí que me lo dedicase. Era un libro infantil y él no se creía que fuera para mí.
Quise explicarle –no sé si lo logré– que las razones por las que leí el libro a los diez años seguían siendo las mismas que a los cuarenta.
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